Abu Simbel: la magia viva del antiguo Egipto

Nuestro amigo viajero Eduardo Favier Dubois en una nueva aventura tras las huellas que dejó Ramses II hace 34 siglos

Actualizado: 13 de abril de 2020

Luego de un viaje que comenzó muy temprano en El Cairo, y con una escala en Asuán, ya estamos en Abu Simbel, en el extremo sur de Egipto, a más de 1100 kilómetros de la Capital.

Bajamos del bus y caminamos en el imponente marco que definen el Lago Nasser y las pequeñas cólinas áridas que lo circundan. Tras una de ellas nos encontramos repentinamente con una imagen que resume toda una era de la historia:

Cuatro estatuas colosales custodian la entrada a un majestuoso templo, totalmente esculpido sobre la roca. Estamos frente al templo de Ramsés II el Grande, el faraón más famoso de la historia

Los cuatro colosos del frente están sentados y tienen la cara del propio faraón en diversos momentos de su juventud y madurez. En el centro y por encima de ellas, está una figura más chica, en alto relieve, del dios del sol Ra-Horakhty  con cabeza de gavilán, a quien se dedicara el templo. Las estatuas alcanzan alcanzan 21 metros de altura, se imponen ante el visitante y lo empequeñecen.

Nuestro guía, Osama, nos cuenta que el templo se erigió en el sur de Egipto, en pleno país Nubio, como un gesto de dominación y afirmación de la presencia egipcia en la región.

Agrega que después de la muerte de Ramses II, se lo fue abandonando. Las tormentas del desierto primero lo cubrieron, salvándolo así de los saqueadores y, muchos años más tarde, destaparon la corona de una de las estatuas. Eso permitió que, a comienzos del siglo XIX -es decir, transcurridos unos 3200 años de su construcción, un explorador suizo descubriera su frente. Luego le tocó a un italiano ser el primero en ingresar, y finalmente el francés Champollion pudo descifrar sus jeroglíficos.

Entramos por una pequeña puerta y pasamos a la sala central donde dominan ocho grandes estatuas del rey, de diez metros de altura. Lo muestran parado en posición de Osiris, o sea con los brazos cruzados llevando en sus manos el cetro y el flagelo.

Las paredes están decoradas con escenas de batallas en Siria, Libia y Nubia, destacándose la ya mencionada batalla de Kadesh en la que Ramsés II se enfrentó a los hititas, antiguos habitantes de Turquía. Su resultado es incierto ya que ambos bandos proclamaron la victoria pero lo cierto es que dio origen a la firma de un tratado de paz, quizás el primero de la historia.

En el final del templo, se encuentra el “sancta-sanctorum”, o sea el lugar sagrado donde están las cuatro estatuas veneradas que son la del propio Ramses II y las de los dioses Ra, Amón-Ra y Ptah, patrones de las tres grandes ciudades del Egipto antiguo: Heliópolis, Tebas (hoy Luxor) y Menfis (cerca de El Cairo).

El lugar es sobrecogedor y se siente una fuerte presencia espiritual, como en las sacristías de las grandes catedrales cristianas.

Está iluminado con un rayo de luz artificial que reproduce un fenómeno astronómico:

todos los días 21 de febrero y de octubre, al amanecer, un rayo de sol penetraba directamente por la puerta del templo e iluminaba por unos minutos las estatuas, salvo la de Ptah por ser un dios de tinieblas, en un fenómeno conocido como “el milagro del sol”

Muy cerca de allí, hay un segundo templo dedicado por Ramses II a su esposa preferida, Nefertari en un acto de amor inédito en el mundo antiguo.

Al salir Osama nos cuenta la verdad sobre el asentamiento de los templos. Originalmente estaban ubicados 70 metros más abajo sobre el cauce original del Nilo y, para salvarlos de la inundación que produjo la represa de Asuan, que creó el lago Nasser como gran regulador de las aguas del Nilo, una comisión de las Naciones Unidas formó un equipo de salvataje. Tres mil personas trasladaron los templos, piedra por piedra durante tres años, para reconstruirlos en su emplazamiento actual, respetando rigurosamente las formas originales, con la única modificación de la fecha del milagro del sol, que se posterga ahora un día.

El sol se va poniendo sobre el lago Nasser y la vista es maravillosa. Nuestra visita culmina con un espectáculo nocturno de luz y sonido, proyectado sobre el frente de los templos.

El locutor habla en japonés porque es la lengua predominante entre quienes estamos aquí, pero nos facilitan dispositivos de traducción.

Las imágenes nos trasladan en el tiempo, comenzando con la acción de la comunidad internacional para rescatar los tempos de las aguas y culminando con la exaltación de las épocas de gloria de Ramsés II y Neferati.

La noche está estrellada, el murmullo del Nilo nos acompaña y la gloria, los misterios y el amor en el Egipto antiguo nos llenan de emoción. Hoy fue un día de viaje a través de los sigloe hacia la magia de la historia que pudimos sentir en Abu Simbel.

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